Por: J. Yovera
En vida, Horacio disfrutó del afecto de sus colegas, y, después de su muerte, el magisterio nacional lo reconoció como su guía. Es decir, a estas alturas, le ha ganado la batalla a sus adversarios y ya tiene un lugar indiscutible en la historia del movimiento popular.
Horacio no dejará de ser el personaje central del anecdotario de quienes lo conocieron pero será sobretodo el guerrero - poeta, el luchador que a lo largo de su existencia abrazó la causa magisterial, se echó a caminar y batalló en las calles y plazas exigiendo dignidad para los suyos.
Los tiempos de Horacio –década del 70 del siglo 20 - fueron de convulsión social. El reto que tuvo fue el de asumir sin reservas la lucha de un magisterio que se resistía a la domesticación. Se enfrentó al poder en representación del protagonismo social de los de abajo. Lo hizo de manera consecuente y eso fue decisivo para que los maestros lo reconocieran como su líder.
Por eso mismo, la dictadura lo identificó como su enemigo y lo encarceló como escarmiento.
Horacio fue al Sepa. De esa experiencia dedujo que la prisión fortalece o debilita.
Como es natural tuvo adversarios y detractores. En esa “inmensa legión humana” que es el magisterio es imposible que todos piensen igual. Lo importante, como decía Mariátegui es que reconociéndose diferentes, reivindicando credos propios, tendencias ideológicas o doctrinarias particulares, actúen juntos en la lucha contra un orden injusto.
El gremio que él contribuyó a crear y fortalecer representó la recuperación y la vigencia del frente único, por entonces inexistente y con sindicatos alquilados al mejor postor por dirigencias que obedecían a los apetitos y exigencias de partidos políticos que traficaban con los intereses del magisterio y el pueblo.
El SUTEP fundacional fue el resultado de una voluntad concertadora de maestros progresistas, democráticos y clasistas. En ese escenario hubo siempre espacio suficiente para la discrepancia, para la confrontación, para el deslinde, y hubo espacio para la solidaridad.
Los maestros que compartieron con Horacio los años aurorales del SUTEP refieren que era duro crítico con los opositores; irónico; firme en el deslinde y la discrepancia. Y, sin embargo, en el diario trajinar de la lucha desbordaba afecto y cariño a todos los maestros que luchaban.
Eran los tiempos en que los maestros del SUTEP, pese a su atomización política solían guarnecerse bajo el árbol frondoso del afecto.
Igual que Vallejo, se hizo comunista “no por teorías aprendidas sino por experiencias vividas”. Se adhirió al Partido Comunista del Perú, Patria Roja, organización que lo había acompañado en todos sus sueños y desvelos.
No fue gratitud lo que lo llevó al Partido, fue su convicción y su compromiso. Desde entonces, Horacio orientó sus pasos en función de un proyecto que iba más allá de lo estrictamente gremial y se comprometió sin reservas con un Partido que lo sabía firme y perseverante.
Cuando, en el 80, la masa magisterial y popular lo hacen diputado, asume el cargo como una responsabilidad asignada y no como un derecho o un privilegio. Los tiempos de Horacio era de repartición de sacrificios, no de beneficios.
Ese sacrificio y esa convicción motivó que el poeta Mario Florián, le cantara y le llamara héroe.
Hace 25 años que Horacio dejó a sus maestros, a sus amigos de sueños y encuentros; pero nunca como ahora existió el convencimiento que Horacio está vivo en cada una de las luchas que tengan que emprender los maestros en procura de un mejor destino para los más de nuestra patria.
En este aniversario de su partida recordamos sus versos acuñados de convicción y belleza, que titulo Alegrías de la Prisión.
Nos hacemos esta pregunta: ¿Se puede sentir alegría en una prisión?
Si se está con el corazón y el pensamiento llenos de esperanza, sí. Si se está en prisión por una causa noble, sí. Si se tiene confianza en el futuro que vendrá, sí.
Los comunistas son harina templada de un costal hecho de fibra de nylon.
Los maestros lo saben y por eso cuando de Horacio se trata se suele escuchar un mar de voces que repite incesante:
¡Se siente, se siente… Horacio está presente…!
En vida, Horacio disfrutó del afecto de sus colegas, y, después de su muerte, el magisterio nacional lo reconoció como su guía. Es decir, a estas alturas, le ha ganado la batalla a sus adversarios y ya tiene un lugar indiscutible en la historia del movimiento popular.
Horacio no dejará de ser el personaje central del anecdotario de quienes lo conocieron pero será sobretodo el guerrero - poeta, el luchador que a lo largo de su existencia abrazó la causa magisterial, se echó a caminar y batalló en las calles y plazas exigiendo dignidad para los suyos.
Los tiempos de Horacio –década del 70 del siglo 20 - fueron de convulsión social. El reto que tuvo fue el de asumir sin reservas la lucha de un magisterio que se resistía a la domesticación. Se enfrentó al poder en representación del protagonismo social de los de abajo. Lo hizo de manera consecuente y eso fue decisivo para que los maestros lo reconocieran como su líder.
Por eso mismo, la dictadura lo identificó como su enemigo y lo encarceló como escarmiento.
Horacio fue al Sepa. De esa experiencia dedujo que la prisión fortalece o debilita.
Como es natural tuvo adversarios y detractores. En esa “inmensa legión humana” que es el magisterio es imposible que todos piensen igual. Lo importante, como decía Mariátegui es que reconociéndose diferentes, reivindicando credos propios, tendencias ideológicas o doctrinarias particulares, actúen juntos en la lucha contra un orden injusto.
El gremio que él contribuyó a crear y fortalecer representó la recuperación y la vigencia del frente único, por entonces inexistente y con sindicatos alquilados al mejor postor por dirigencias que obedecían a los apetitos y exigencias de partidos políticos que traficaban con los intereses del magisterio y el pueblo.
El SUTEP fundacional fue el resultado de una voluntad concertadora de maestros progresistas, democráticos y clasistas. En ese escenario hubo siempre espacio suficiente para la discrepancia, para la confrontación, para el deslinde, y hubo espacio para la solidaridad.
Los maestros que compartieron con Horacio los años aurorales del SUTEP refieren que era duro crítico con los opositores; irónico; firme en el deslinde y la discrepancia. Y, sin embargo, en el diario trajinar de la lucha desbordaba afecto y cariño a todos los maestros que luchaban.
Eran los tiempos en que los maestros del SUTEP, pese a su atomización política solían guarnecerse bajo el árbol frondoso del afecto.
Igual que Vallejo, se hizo comunista “no por teorías aprendidas sino por experiencias vividas”. Se adhirió al Partido Comunista del Perú, Patria Roja, organización que lo había acompañado en todos sus sueños y desvelos.
No fue gratitud lo que lo llevó al Partido, fue su convicción y su compromiso. Desde entonces, Horacio orientó sus pasos en función de un proyecto que iba más allá de lo estrictamente gremial y se comprometió sin reservas con un Partido que lo sabía firme y perseverante.
Cuando, en el 80, la masa magisterial y popular lo hacen diputado, asume el cargo como una responsabilidad asignada y no como un derecho o un privilegio. Los tiempos de Horacio era de repartición de sacrificios, no de beneficios.
Ese sacrificio y esa convicción motivó que el poeta Mario Florián, le cantara y le llamara héroe.
Hace 25 años que Horacio dejó a sus maestros, a sus amigos de sueños y encuentros; pero nunca como ahora existió el convencimiento que Horacio está vivo en cada una de las luchas que tengan que emprender los maestros en procura de un mejor destino para los más de nuestra patria.
En este aniversario de su partida recordamos sus versos acuñados de convicción y belleza, que titulo Alegrías de la Prisión.
Nos hacemos esta pregunta: ¿Se puede sentir alegría en una prisión?
Si se está con el corazón y el pensamiento llenos de esperanza, sí. Si se está en prisión por una causa noble, sí. Si se tiene confianza en el futuro que vendrá, sí.
Los comunistas son harina templada de un costal hecho de fibra de nylon.
Los maestros lo saben y por eso cuando de Horacio se trata se suele escuchar un mar de voces que repite incesante:
¡Se siente, se siente… Horacio está presente…!
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