Por Julio Yovera.
El 15 de mayo de 1963, en las aguas del río Puerto Maldonado, “entre pájaros y árboles” y en una canoa a la deriva, Javier Heraud Pérez, joven poeta de 21 años, caía abatido por las fuerzas gendarmes del sistema y de los grupos de poder.
Heraud era uno de aquellos jóvenes cultivados de la clase media, identificado con los pobres, que en contraste con una “patria hermosa como una espada en el aire” vivían en un orden injusto que el poeta pretendía contribuir a cambiar por otro que les diera justicia, libertad auténtica y progreso.
Con ese ideal cultivó su espíritu y se supo río tierno y fuerte.
Por entonces no había neoliberalismo pero, igual que ahora, el país estaba polarizado: de un lado, los que se hastiaban de abundancia y, de otro, los que todo les faltaba. El poder gamonal, los terratenientes, habían convertido a los campesinos en siervos hambrientos, sin posibilidades de salud, de educación, de vivienda digna.
La época de Javier Heraud fue la época de la lucha campesina por la tierra, de los levantamientos anti feudales y de los movimientos obreros y estudiantiles, y fue la época de la represión y de los golpes militares.
Pero, la época de Heraud, fue también de los movimientos guerrilleros que aparecieron después del triunfo de la revolución cubana en casi toda América cobriza. Después de este hecho, la esperanza se viste de coraje guerrillero y los poetas revolucionarios deciden “acompañar a la patria a caminar, a beber los cálices amargos”, y con tal de que ella no pierda sus encantos y sus ojos; estaban dispuestos a quedarse ciegos. ¡Nunca la poesía fue más pura y más comprometida!
La vida de jóvenes poetas como Javier Heraud, Edgardo Tello (peruanos), Otto René Castillo (guatemalteco), Roque Daltón (salvadoreño) tiene mucho de romántico, porque además de dar su vida dieron su poesía hecha de amor, de belleza y de compromiso.
Los poeta guerrilleros estaban convencidos que sin sacrificio no habría camino para liberar la patria del reino del oscurantismo y la injusticia.
En ese sentido, la pureza de cada uno de ellos resulta siendo un tesoro invalorable, sobretodo ahora que se requiere de una izquierda que fusione la política – como lo postulaba Mariátegui – a la filosofía y la ética, y viceversa.
Los ideales y su convicción llevaron a Heraud a la certeza de subir al monte para poder encender las fogatas de la rebeldía. Así lo hizo.
Dejó la isla del apóstol José Martí (a donde había ido a estudiar cine) e intentando ingresar al país desde Bolivia fue baleado junto a sus compañeros. Se había hecho militante y guerrillero del Frente de Liberación Nacional.
A pesar de los pocos años que tuvo de vida dejó una obra poética extraordinaria. Su talento y calidad como poeta no deja la más mínima duda.
La crítica lo reconoció como el más representativo de su generación, junto con César Calvo. Ambos constituyen las voces más cristalinas y límpidas de la poesía peruana post vallejiana.
Bajo el seudónimo de Antonio Machado, que no es un alias como dicen los perversos sino la práctica de una tradición y una cultura de la rebeldía, Heraud escribe con su vida el poema más hermoso que lo convierte en un guerrillero inmortalmente joven, que sigue juzgando al sistema y, por eso mismo, el poder quisiera que el olvido fuera un viento que se lleve su ejemplo y su poesía.
No será posible porque Javier Heraud Pérez ha vencido a la muerte.
El río de Heraud es uno de los pocos que se conserva limpio y es que el poder corrupto no ha podido enturbiarlo ni contaminarlo.
julioyovera@gmail.com
Poemas de Javier Heraud
Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y árboles
El Río
1
Yo soy un río,
1
Yo soy un río,
voy bajando por
as piedras anchas,
voy bajando por
las rocas duras,
por el sendero
dibujado por el viento.
Hay árboles a mi
alrededor sombreados
por la lluvia.
Yo soy un río,
bajo cada vez más
furiosamente,
más violentamente
bajo
cada vez que un
puente me refleja
en sus arcos.
2
Yo soy un río
un río
un río
cristalino en la
mañana.
A veces soy
tierno y
bondadoso.
Me
deslizo suavemente
por los valles fértiles,
doy de beber miles de veces
al ganado,
a la gente dócil.
Los niños se me acercan de
día,
y
de noche trémulos amantes
apoyan sus ojos en los míos,
y hunden sus brazos
en la oscura claridad
de mis aguas fantasmales.
3
Yo soy el río.
Pero a veces soy
bravo
y
fuerte
pero a veces
no respeto ni a
la vida ni a la
muerte.
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